Es horrible aferrarte a algo con tanta fuerza que un simple "adiós" sea capaz de matarnos por dentro.
Conocerlo poco, superficialmente, pero saber que es lo que realmente quieres. Que sin él no vas a poder vivir.
Haces las maletas deseando que una brisa acompañada de un "no te marches" te haga quedarte, pero caes de bruces contra la realidad y es entonces cuando te das cuenta que la vida real raras veces tiene un final feliz.
Luego estás en un tren camino a casa, mirando por la ventana, rememorando los pequeños momentos pasados.
No quiero vivir una mentira, tampoco mi realidad.
La memoria puede ser muy valiosa, pero también puede ser un arma de destrucción masiva. Ojalá olvidar fuera tan fácil.
Y quieres no acordarte, olvidar su rostro, su olor, su sonrisa, sus ojos, su mirada franca. Pero no eres capaz.
Y saber que a él le importabas, que probablemente también esté mirando melancólico por la ventana de su habitación, te destroza.
Duele no haber tenido esa oportunidad de abrazarlo. Sin embargo, añoras sus brazos alrededor de tu cuerpo.